Frases célebres |
François de La Rochefoucauld nació el 15 de septiembre de 1613 en Rue des Petits-Champs, París, Francia. Fue un escritor , aristócrata, político, militar, poeta y filósofo francés conocido por sus Máximas y su exhaustivo análisis del hombre y la sociedad.
Nació en el seno de una familia noble, su padre era duque y par de Francia. Fue educado por preceptores en las propiedades de su familia en Poitou y Angulema. Su educación fue integral pero despreocupada, ya que estaba destinado a la carrera militar. A los quince años contrajo matrimonio con la hija de un capitán de la guardia de los Médicis, Andrée de Vivonne, con esta tuvo ocho hijos.
A finales de la década de 1620 se hizo conocido en la corte por su afición a las aventuras amorosas y la serie de intrigas que estas provocaron. Hecho que le llevo a ser encerrado en la Bastilla y luego desterrado por tres años.
Alejado de la política, La Rochefoucauld se dedicó por completo a la escritura,
entrando en contacto con el círculo de literatos e intelectuales de la época. Entonces comenzaría
a escribir sus Memorias (1662), documento biográfico que abarca desde 1624 a 1652.
Los últimos años de su vida los pasó junto a
Madame de La Fayette, importante escritora a la que
aconsejó durante la escritura de la famosa novela La princesa de Clèves.
François de la Rochefoucauld falleció el 17 de marzo de 1680 en París.
Fuente: historia-biografia.com
Todo el mundo se queja de su memoria, pero nadie de su inteligencia.
El silencio es el partido más seguro para el que desconfía de sí mismo.
Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.
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A veces damos consejos, pero no enseñamos con nuestra conducta.
Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos.
Si juzgamos el amor por la mayor parte de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad.
La esperanza y el temor son inseparables y no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor.
Es más vergonzoso desconfiar de los amigos que ser engañado por ellos.
La confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio.
Para tener éxito debemos hacer todo lo posible por parecer exitosos.
Perdonamos fácilmente a nuestros amigos los defectos en que nada nos afectan.
La libre comunicación de los pensamientos y las opiniones es uno de los derechos más preciados por el hombre.
El amor propio es el mayor de los aduladores.
Nada impide tanto ser natural como el deseo de parecerlo.
La debilidad de carácter es el único defecto que no se puede enmendar.
El esfuerzo corporal nos libra de los dolores espirituales: Por eso son felices los pobres.
Cada edad de la vida es nueva para nosotros; no importa cuántos años tengamos, aún nos aqueja la inexperiencia.
La virtud no iría muy lejos si la vanidad no la hiciese compañía.
El amor propio es más ingenioso que el hombre más ingenioso de este mundo.
Nunca somos tan felices ni tan desdichados como nosotros creemos.
Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera.
Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance.
Se perdona mientras se ama.
Los celos se nutren de dudas y la verdad los deshace o los colma.
Es más fácil conocer al hombre en general que a un hombre en particular.
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Es más necesario estudiar a los hombres que a los libros.
Si en los hombres no aparece el lado ridículo, es que no lo hemos buscado bien.
La verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias.
Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores.
El mundo recompensa antes las apariencias de mérito que al mérito mismo.
La cortesía se practica para que se observe también con nosotros y para que se nos tome por personas bien educadas.
El temperamento determina con frecuencia el valor de los hombres y la virtud de las mujeres.
Es tan frecuente que cambien los gustos, como extraordinario que varíen las inclinaciones.
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Es mayor la pereza de nuestro espíritu que la de nuestro cuerpo.
Todos poseemos suficiente fortaleza para soportar la desdicha ajena.
No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.
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La esperanza, no obstante sus engaños, nos sirve al menos para llevarnos al fin de la existencia por un camino agradable.
Si quieres tener enemigos, supera a tus amigos; si quieres tener amigos, deja que tus amigos te superen.
A los viejos les gusta dar buenos consejos, para consolarse de no poder dar malos ejemplos.
El deseo de parecer listo impide el llegar a serlo.
Confesamos nuestros pequeños defectos para persuadirnos de que no tenemos otros mayores.
No se elogia, en general, sino para ser elogiado.
No se desprecia a todos los que tienen vicios, pero sí a los que no tienen ninguna virtud.
La gloria de los grandes hombres debe medirse siempre por los medios que han empleado para adquirirla.
Con frecuencia nos avergonzaríamos de nuestras más hermosas acciones, si el mundo supiera todos los motivos que las producen.
La solemnidad es un truco del cuerpo para disimular los defectos de la mente.
La duración de nuestras pasiones depende tan poco de nosotros como la duración de nuestra vida.
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El halagador es el único orador que siempre nos convence.
La sinceridad es una efusión del corazón. Muy pocos la tienen; y la que ordinariamente vemos no es sino un refinado disimulo para ganar la confianza de los demás.
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El amor, como el fuego, no puede subsistir sin un movimiento continuo y muere en cuanto deja de esperar o de temer.
La intención de no engañar nunca nos expone a ser engañados muchas veces.
Cuanto más se ama a un amante, más cerca se está de odiarle.
Es muy difícil que dos que ya no se aman, riñan de verdad.
Amamos siempre a los que nos admiran, pero no siempre a los que admiramos.
En los celos hay más amor propio que amor.
Hay poca gente lo bastante cuerda que prefiera la censura provechosa a la alabanza traidora.
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