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Más frases de François de La Rochefoucauld (121)

Solemos perdonar a los que nos aburren, pero no perdonamos a los que aburrimos.
No solemos considerar como personas de buen sentido sino a los que participan de nuestras opiniones.
La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud.

Hay reproches que alaban, y alabanzas que reprochan.
La sobriedad es el culto al cuerpo que impide atiborrarse de comida.
Las pasiones engendran a menudo otras que son sus contrarias: la avaricia produce a veces la prodigalidad, y la prodigalidad la avaricia; a menudo somos firmes por ser débiles, y audaces por cobardía.
Es una gran estupidez querer ser exclusivamente sabio.
Es más fácil ser sabios con otros que con nosotros mismos.
Ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo.
Lo que hace que los amantes no se aburran nunca de estar juntos es que se pasan el tiempo hablando siempre de sí mismos.
Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos que envidiamos.
Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición.
La vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de muerte, todos los placeres de la juventud.
No hay tonto más molesto que el ingenioso.

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No se debe juzgar a un hombre por sus cualidades, sino por el uso que hace de ellas.
Nunca otra cosa damos con tanta liberalidad como nuestros consejos.

Si una persona parece cuerda es sólo porque sus locuras son proporcionadas a su edad y estado.
Un amigo verdadero es el más grande de todos los bienes y el que menos nos cuidamos de adquirir.
A veces es necesario hacerse el tonto para evitar ser engañado por los sujetos demasiado listos.
A veces creemos odiar la adulación y lo que se odia es la manera de adular.
La adulación es una especie de mal dinero, para lo que nuestra vanidad nos da moneda.
Hay pocas mujeres cuyos encantos sobrevivan a su belleza.
El interés, que ciega a unos, deslumbra a otros.
La verdadera prueba de que se ha nacido con grandes cualidades estriba en haber nacido sin envidia.

Es necesario tener tanta discreción para dar consejos como docilidad para recibirlos.
La gratitud de muchos no es más que la secreta esperanza de recibir beneficios nuevos y mayores.
Lo que hace que la mayoría de las mujeres sean tan poco sensibles a la amistad es que la encuentran insípida luego de haber probado el gusto del amor.
La filosofía triunfa con facilidad sobre las desventuras pasadas y futuras, pero las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía.
La verdadera elocuencia consiste en no decir más de lo que es preciso.
No hay accidente, por desgraciado que sea, del que los hombres hábiles no obtengan provecho.
Los apellidos famosos, en lugar de enaltecer, rebajan a quienes no saben llevarlos.
Los celos nacen del amor, pero no mueren con éste.

A menudo se juzga a los hombres por el crédito de que gozan o por las riquezas que poseen.
Pocas cosas vastan para hacer feliz a un hombre sensato; pero nada puede satisfacer a un necio: Por eso son desdichados casi todos los hombres.
Los celos se nutren de dudas y la verdad los deshace o los colma.

Algunas cosas falsas reproducen tan bien la verdad que sería un error de juicio no dejarse engañar por ellas.
Lo que pareciera ser generosidad a menudo no es más que una ambición disfrazada, que no da importancia a un pequeño interés con tal de asegurar uno grande.
El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto.
Conocer las cosas que lo hacen a uno desgraciado, ya es una especie de felicidad.
Nunca se tiene la libertad de amar o de dejar de amar.
Aunque los hombres se jacten de sus grandes acciones, muchas veces no son el resultado de un gran designio, sino puro efecto del azar.
Como pretendes que otro guarde tu secreto si tú mismo, al confiárselo, no lo has sabido guardar.
El mejor medio de conservar los amigos es no pedirles ni deberles nada.
El verdadero valor consiste en hacer sin testigos lo que sería capaz de hacer ante todo el mundo.

La adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias sólo a nuestra vanidad.
El orgullo, que nos inspira tanta envidia, a menudo nos sirve también para moderarla.

La felicidad reside en los gustos y no en las cosas; somos felices cuando tenemos lo que nos gusta y no cuando tenemos lo que los demás encuentran agradable.
El que vive sin alguna locura no es tan sabio como se imagina.
Vengarse de una ofensa es ponerse al nivel de los enemigos; perdonársela es hacerse superior a ellos.
No tenemos paciencia con la vanidad de otras personas porque es ofensivo para nuestra propia vanidad.
La mayoría de nuestras faltas son más perdonables que los medios que utilizamos para ocultarlas.
Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.
Si tuviésemos suficiente voluntad casi siempre tendríamos medios suficientes.
La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras.
Las personas afortunadas se corrigen poco: Creen tener siempre razón mientras la fortuna sostiene su mala conducta.
El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás.
El daño que hacemos no nos trae tantas persecuciones y odios como nuestras buenas cualidades.

Ni el sol, ni la muerte pueden mirarse fijamente.
Establecemos reglas para los demás y excepciones para nosotros.
Los hombres no vivirían mucho tiempo en sociedad si no se engañaran unos a otros.

Hay muchos remedios que curan el amor; pero ninguno infalible.
Hemos hecho una virtud de la moderación para atajar la ambición de los poderosos y para consolar a los mediocres de su poca fortuna y de su poco mérito.
A veces un necio tiene talento, pero nunca buen juicio.
Comer es una necesidad, pero comer de forma inteligente es un arte.
Por mucho que nos esforcemos por cubrir las pasiones con apariencias de piedad y de honor, siempre se manifiestan a través de esos velos.